domingo, 19 de febrero de 2012



EL DILEMA MORAL DE GARZÓN.

            Garzón intuía que, a la sombra, los inculpados por la trama Gürtel andaban en sospechosos menesteres con sus letrados. Los protagonistas del affaire parecen incómodos en el agujero. Sueñan con lugares más cómodos, cuando menos más exóticos donde disfrutar de la fortuna destilada de la marea azul in crescendo. Desde luego, todo se pretende bien fundado para parapetarse tras buena defensa y pertrecharse de argumentos del todo vale
¿Qué desvelaba el sueño de Garzón? ¿Los muertos olvidados en las cunetas de la sangrienta mascarada golpista? ¿La cara dura de algunos de aquellos personajillos tan bien trajeados? Todos y cada uno de los procesos a la vez. A Garzón no se le veía despistado. Supuestamente, claro; no vaya yo a dar con mi espalda en “respaldo” de banquillo.
            No es que nuestra comunidad bien pensante tenga un dilema moral con Garzón, aparte de los más concienzudos, porque por lo general cada cual a lo suyo.
            El dilema moral brota en Garzón. Hacer o no hacer, a sabiendas de que de lo que se hace se es.
            Garzón parece haber sido educado en una férrea disciplina que se crece en el deber de hacer prevalecer el bien sobre el mal, lo justo sobre lo injusto aun cuando se tenga que pasar por arraigados convencionalismos, tratados, normas o leyes. Hay que hacer lo que hay que hacer, muy de moda hoy.
            Pero hay que avisar. Está lejos de Garzón el maquiavelismo de “el fin justifica los medios” que con tanto empeño avivó la inigualable –en estos quehaceres- presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, reprobando la acción del magistrado, de modo que tal actitud fuera merecedora de escarmiento a lo Crimen y castigo. Esperanza no pierde la suya por ver el remordimiento hecho carne en Baltasar como si éste mereciera por su atrevimiento el destino de aquel atormentado personaje de la magistral obra de Dostoiesvski.
Todo tiene un límite y Garzón representa para Aguirre el intruso cabecilla con ínfulas al que obligadamente conviene administrar tal padecer como para dejar paralizados a otros noveles incautos. Aunque se dice liberal, Dña. Esperanza es muy de castigar la vanidad de vanidades.
A Dña. Esperanza siempre se le espera y siempre está tan oportuna como certera con algún dicharacho, siempre tan aplaudida y celebrada por la derecha mediática sucesoria, vamos la de toda la vida, la de siempre, siempre siempre.
No se olvide que Dña. Esperanza está en tête de la course y es la favorita de los organizadores del coup de Jarnac lanzado contra Garzón. Y todo esto a tumba abierta, sin dopaje.
Es impensable en Garzón, según sus más allegados, un maquiavelismo por lo excelso y soberbio de su carácter, por su justeza y porque aplica su moral a la práctica sin concesiones. No cabe en Garzón la más mínima duda de que aquello que hace es lo justo y lo admirable en grado superlativo. No sabe fondear en aguas turbias.
            ¿¡Pero algo tendrá Garzón cuando no lo bendicen!? ¡Ah, bien! Miren, en Garzón hay más de probabilismo que de maquiavelismo.
            Apuesto que Garzón ha leído a Tomás de Aquino. Como juez bien sabe que el desconocimiento de la ley no exime del castigo por su trasgresión en contra del pensamiento de Aquino. Garzón, a pesar de su conocimiento excelente de la ley, por las circunstancias especiales de los casos de los que entiende se convence de que su justa causa es eximente del estricto acatamiento de preceptos para él cuestionables. Para Garzón la ley dudosa no obliga (lex dubia non obligat) y se lía la toga y si faltara, se arremanga y embiste. Ese es el matiz. Garzón sublima contradictoriamente el pensamiento de Aquino y el dogma de los nuevos tiempos. Es que Garzón es muy jesuítico.
            Sumando y restando haberes Garzón es el ángel caído, el árbol para la leña. Garzón es el caballero de la adarga antigua que no pudo librar defensa de los más feroces golpes por esperados que fuesen; y de la lanza ya quebrada que no amenaza a nadie, y rota y olvidada quedará en el astillero de las posibilidades que pudieron ser y nunca fueron más que inutilidades. Es el Hércules vencido, el héroe a menos.
 Es difícil -decía Thornton Wilder- dejar de convertirse en la persona que los demás creen que uno es.
El descalabro es de cuidado. Muchos se sienten desamparados por la suerte del juez e inermes. Piensan todos que el peor castigo para Garzón será el olvido.
            Garzón optó. Él mismo está convencido de que hay hombres que no pueden ser juzgados por otros hombres, sino que responderán ante la Historia y ésta los absolverá desde la majestuosidad del fallo infalible. Éste es Garzón.
            La lección está aprehendida, por si acaso. La permanencia de las esencias patrias garantizada, por eso está todo bien atado. Ésta es España.
            La ruptura con el pasado tuvo su oportunidad hace ahora más de treinta y cinco años. Ya es tarde. ¿Qué se hará para que de la tardanza, en cambio, renazca la dicha buena?



           

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